lunes, 15 de octubre de 2018

Activado el protocolo

Activado el protocolo a mediodía.
Hola – crudeza de garganta agrietada
que no rompe ante enfermería – buenas noches
eres el último – por contener el aire demasiado tiempo
acaba haciendo más ruido – qué número de guante tienes –
que el que busca evitar – ponme un siete

Es un ídolo dormido soberano del polvo
a quien di los buenos días hace dos días por última vez
en la cafetería antes de entrar,
ahora tumbado en un quirófano sin anestesista.

Nacemos con dos dracmas para el barquero.

Usted, que puede ver de forma extracorpórea
este contrarreloj para cumplir los tiempos,
no mire a través del campo estéril,
no mire a partir de su cuello el turno de los médicos,
el desorden de su abdomen,
la cadena de lamentos.
Mire al partir las reverencias niponas
al héroe y la honra que cristaliza dentro
de ella manando lágrimas de sangre caliente asintiendo
con un aplomo sereno ante desprenderse
de la vida cuando ya sin vida sigue teniendo valor.
Si vuelve a mirarse recuérdese a sí mismo
y no al mismo espectáculo
que hace tres mil años
con otros objetivos y variaciones de la técnica.

Pómulo, bisturí, frente y ambiente.
En el quirófano de escarcha menos por mis yemas
intento no apoyarme sobre nada
para ser menos consciente de que en parte
está presente y es usted. En estos casos
la visión del órgano como el todo
y olvidarme del organismo
ayuda a no contaminar nada
con lágrimas de cirujano.

La despedida es la sutileza
de ocultar la desfiguración
cuando ya se han ido todos volando
bajo aspas, como si llevasen ascuas en las manos
a sus hospitales y ya no queda nadie
ya no queda ni usted mismo.

Oculta bajo un campo verde
la Tau terrenal de su tronco.
Soy el último en cabalgar con riendas de sutura
por la desesperación de parecer
que ninguno estuvimos aquí,
que le encuentren recién dormido.


Después de callar la ceniza a las retinas
bajo los velos de piel inmóvil
al migrar el fulgor de vida a las transparencias
lavo con suero real el yodo, la sangre,
las aguas de su rostro
como una unción para el adiós.
En cierto sentido yo le vi llorar por última vez
cuando al atar cabos los escondí entre pestañas
para contener las aguas derramadas
de su rostro, llanto intempestivo
ante posibles últimas despedidas.

En cierto sentido yo le vi llorar por última vez
en la soledad de un quirófano sin anestesista
donde no queda nadie, ya no queda ni usted mismo.
Caronte recoge las dos monedas de sus ojos
y hay trato otorgando un pasaje en la barca solar
para todas las eternidades posibles.
Hay una surcada de la que soy consciente:
Ninguno con su hazaña presente beberemos del Leteo.
Los océanos del recuerdo ampliaron sus mapas
a los mares que son reminiscencias
de quien admira o de quien vuelve a ver.
De la inasible sólo tengo la certeza
de que si existe sea cual sea
el puente en tierra usted navega
por el canal principal hacia la Atlántida eterna.

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